jueves, 30 de abril de 2009

xx. Vega .xx


Vivimos en un mundo en el que la música forma parte de la vida de la mayoría de la sociedad a la que pertenecemos. El niño que se enamora por primera vez de la sonrisa de la chica más bonita de la clase se refugia en la canción más empalagosa del último grupo que encabeza la lista de éxitos de la emisora de radio más popular. La señorita que se convierte en señora de, al dar el sí quiero al hombre que empezó amando en silencio, escucha de fondo la canción que sonaba aquella vez que se cruzaron por primera vez. El abuelo que llora a escondidas de los nietos cuando escucha en el tocadiscos el vinilo predilecto del amor que fue y ya no será, aquel que se lo llevó la muerte. Música que, al fin y al cabo, hace estallar emociones produciendo una catarsis de sentimientos que desahoga, hace sentir y equilibra el alma cuando ésta a veces se queda fría, helada.

Conocí a Vega al mismo tiempo que me enamoré por primera vez, y su debut, India, me ayudó a curar las heridas tan amplias que dejó esa inauguración, ese amor que te enseña a sentir como nunca habías imaginado que serías capaz de hacer. Cada una de sus letras era como una nana que me ayudaba a controlar el ritmo acelerado de las pulsaciones de mi corazón que, desbocado, no entendía la lógica de los sentimientos por más que yo le tratara de hacer entender que no podía tener al chico que tanto quería. Lo escuché tantas veces que un día dejó de sonar. Cuando ahora le veo, viejo y melancólico asomándose por algún rincón de mi habitación, sonrío y me acerco a él, regalando un par de caricias a todas esas líneas que callan las veces que su música me ayudó a seguir adelante aceptando las circunstancias. Vega me cantaba cuando ella, su novia, le besaba frente a mí, me cantaba cuando la muerte rondó mi vida por primera vez. Ahí entendí que Vega me cantaría toda la vida, obligándome a gritar cuando me rompiera en pedazos.

Llegó Circular y con su reedición conocí a algunas personas que hoy forman parte de mi vida. Primero llegó Adam, luego lo hizo Sergio. Él no lo sabe, pero bajo la última canción de Cómo girar sin dar la vuelta hay dibujada una S. que me recuerda siempre qué fue lo mejor de conocer a Vega: llegar hasta él. Fue una noche mágica en la que un búho real me permitió cruzar con él una mirada. Días después llegó a mí, y así hasta el día de hoy. Ahora él significa demasiado.

Ha llegado Metamorfosis, con melodías más optimistas que no pierden en ningún momento la esencia de su música. Ella sabe seguir jugando conmigo, haciéndome reír y llorar con una facilidad pasmosa. Logra reconfortarme cuando me siento solo, consigue levantarme cuando me caigo al suelo y me eleva varios metros cuando me siento pleno y lleno de alegría porque todo va bien.

Siempre que me siento perdido recurro a ella, a su música, y nunca me falla: Vega siempre está ahí. Hay ocasiones en las que me tumbo sobre la cama, pulso el play y ella hace el resto con sus letras. De un segundo a otro el cielo gris se vuelve azul turquesa, las lágrimas se convierten en aire que respiro y que me hace vivir, y la negatividad se aleja de mi vida acercándome la ilusión y el optimismo que su música sabe hacerme sentir tan bien.

En los conciertos me escondo y la observo desde la distancia, entre admiración y respeto. Sus palabras describen muy bien lo que muchas veces siento y no sé explicar. Ella es mi musa, y siempre lo será. Es Vega, sin más.

viernes, 24 de abril de 2009

xx. Torre para Suicidas .xx

Finales de septiembre, Ernesto llega a su piso en Brooklyn, enciende la tele, baja el volumen a cero. Destacan sobre los ruidos de la ciudad los gruñidos roncos del cerdo de la vecina; lo guarda justo debajo de donde él tiene su estudio; a veces oye cómo le susurra al oído. Se sienta a dar los últimos retoques a uno de sus dos proyectos más golosos, la Torre para Suicidas. Esta construcción parte de la idea de que los miles de suicidios que al año se consuman en la ciudad de Nueva York, así como las tentativas frustradas, resultan demasiado dramáticos y engorrosos debido a no disponer la urbe de unas instalaciones adecuadas y debidamente organizadas.

Así, lo dejan todo hecho un asco; sangre en las aceras, ahorcados a los que se les rompe la cuerda y hay que reanimarlos, cuerpos mutilados al paso de los trenes, y todo con el consiguiente perjuicio psicológico para las verdaderas víctimas, los que se quedan, obligados a contemplar semejantes espectáculos. Su torre consta de un ascensor que eleva al suicida desde una plata baja, donde hay servicio de capellán, cafetería, algo de comida rápida, gabinete psicológico a fin de afrontar el trance en las mejores condiciones mentales posibles, espacio para los familiares y enfermería por si el intento resulta frustrado, hasta la altura de un 8º piso. Y ahí si que no hay nada: una sala blanca y vacía, y un hueco para el vuelo picado que da a un patio en el que al impactar el suicida contra el suelo se activan unas mangueras que expulsan agua y lavan tanto al defenestrado como el pavimento. También, justo enfrente de ese 8º piso hay un muro perfectamente blanco para que el candidato no vea horizonte alguno [en encuestas realizadas a suicidas frustrados se ha comprobado que la visión de un horizonte justo antes de tirarse es lo que les imprime renovadas ganas de vivir y abortar la idea].

En los sótanos, se hallan dependencias destinadas a otro tipo de opciones: camas junto a abundantes botes de somníferos, cuartos especiales con sogas colgadas de sus correspondientes vigas, duchas de anhídrido cabrónico, y así. Ernesto está tan orgulloso de su proyecto que piensa enviarlo al Concurso de Arquitectura Compleja que anualmente se celebra en la ciudad de Los Ángeles, California. Huele a pescado. En el horno se quema.



Relato 45 del libro Nocilla Experience,
de Agustín Fernández Mallo.

martes, 21 de abril de 2009

xx. Girar .xx

He muerto con este anuncio, qué genialidad. Hoy no toca texto, el niño está cansado de mostrar su alma entrada a entrada en el blog, así que a partir de ahora vamos a dar un giro de tuerca, intentando que la actualización y el contenido de éste no se centre tanto en sentimientos y en mí mismo, sino más bien en todas aquellas cosas que en otro lugar probablemente no encontrarías.

Se aproximan cambios, en el blog y fuera de él.

Confiad en mí,
el resto lo hago yo.

miércoles, 15 de abril de 2009

xx. A Clockwork Orange .xx

Ahí estaba yo, es decir, Alex; y mis tres drugos, Pete, Georgie y Dim. Estábamos en el Dorova Milk Bar. En el Dorova Milk Bar servían leche plus: leche con venloceta, o con drencromina, que era lo que estábamos tomando. Aquello nos agudizaba los sentidos, y nos dejaba listos para una nueva sesión de la vieja ultraviolencia.



Una de mis películas favoritas, sin más.

viernes, 3 de abril de 2009

xx. Testificación .xx

Una mañana me apropié de las llaves de Vázquez y salí a hacerme una copia del juego sin que se percatara. Esa noche me planté silencioso en la puerta de su casa, cercana a la sublime Sagrada Familia, diseñada por el gran Gaudí. Los cristales tintados de mi vehículo ocultaban la escopeta que llevaba en el asiento contiguo, tras habérsela sustraído con facilidad a un compañero de trabajo un poco pardillo. A las tres de la mañana, cuando vi todas las ventanas del hogar del jefe apagadas, me decidí a salir del coche con el arma pegada a mi cuerpo. Entré sin hacer ruido alguno y subí a la segunda planta. Me dirigía al dormitorio en el que hasta hace unos días me rompía de placer con Mabel.

Tuve tan mala suerte que los nervios me hicieron chocar contra la mesilla. Un vaso de cristal se estrelló contra el suelo y se rompió en mil añicos. De un segundo a otro el jefe y Mabel se despertaron asustados por el barullo y encendieron la luz. ¿Qué cojones podía hacer? Empecé a tartamudear tanto que parecía el enano tonto del cuento de Blancanieves. Intenté explicarle a Vázquez que me había beneficiado a su mujer durante unas semanas y que si el niño que esperaba era mío quería criarlo con ella, todo esto apuntándole con el arma, por supuesto.

La cara de Mabel era de chiste, parecía que de un momento a otro iba a desplomarse contra el suelo. El jefe, en cambio, nos miraba como si los ojos se le fuesen a salir de las órbitas en cualquier instante y, si la situación no era lo suficientemente patética lo terminó de arreglar. Lo lógico habría sido que entre el tío que se cuela en tu casa con una escopeta y tu mujer embarazada – que digo yo, que qué culpa tiene el niño – uno se decidiese por ensañarse con el cabrón que se ha estado acostando con ella. Pero no, yo no sé si es que se emocionó o qué al ver el primer vaso roto con el que les había despertado, que decidió coger el que tenía en su mesilla y se lo lanzó a Mabel a la cabeza. Esperaría un aplauso o algo, quién sabe; la escena era de chiste. Mira por dónde, lo que consiguió es que le diera un tiro. Vi caer a Mabel al suelo rodeada de un hilo de sangre y me invadió tal sensación de pánico que di el primer tiro real de toda mi vida. Y le di bien, porque ahora está muerto. Perdón por la risa floja, pero tendríais que haber estado allí, de verdad.

Le di por muerto al primer tiro, pero ya puestos me decidí a darle otros dos. ¿No dicen que a la tercera va la vencida? Uno por Mabel y el lanzamiento de vaso, otro por mi probable hijo, y el tercero por mí, por el simple hecho de haberse casado con la mujer que yo creía amar. Me sentí poderoso. Lo que pasó después ya lo saben. Cogí en mis brazos a Mabel y la llevé al hospital más cercano, el Dos de Mayo. Espero que ella y el niño estén bien; cuando la dejé en manos de los médicos lo siguiente fue venir a este lugar y confesarme autor del asesinato de nuestro jefe.

Nunca he creído en la justicia, sólo en la decadencia de su efectividad. De cualquier forma, prefiero ponerme en vuestras manos y cumplir condena como un señor, asumiendo las consecuencias de mis actos. Otros están muertos por jugar a lanzamiento, seguro que en otra vida se lo piensa dos veces. Hasta aquí mi testificación, no tengo nada más que decir.
David Waldorf.