Amanece en la ciudad que nunca duerme mientras dos cuerpos desnudos, perfectos, vuelven en sí bajo las sábanas blancas de seda que diseñó algún modista del Upper East Side hace un par de semanas. En tu cuerpo aún se percibe el olor al perfume que hace que me vuelva loco.
Primero la ducha, luego el taxi y después un gran café en algún lugar hasta ahora desconocido del Central Park. Yo leo el periódico y tú Poeta en Nueva York, de García Lorca. El mediodía lo protagoniza mi sonrisa reflejada en tus ojos, que me miran detrás de la carta de postres del restaurante más bonito de la ciudad.
Primero la ducha, luego el taxi y después un gran café en algún lugar hasta ahora desconocido del Central Park. Yo leo el periódico y tú Poeta en Nueva York, de García Lorca. El mediodía lo protagoniza mi sonrisa reflejada en tus ojos, que me miran detrás de la carta de postres del restaurante más bonito de la ciudad.
Llevo tus compras de Bel Harbour en mis manos sin quejarme y te observo fotografiar las cosas más insignificantes de las calles de esta ciudad con la que siempre soñamos, esta urbe que nos hace sentir tan pequeños, insignificantes y, al mismo tiempo, tan libres y maravillosos. Cuando te duelen los tobillos decidimos hacer una parada en el Hard Rock Cafe y me sonríes agradeciendo hacer este viaje juntos.
Caminamos hasta una tienda de discos en la que, mientras tú buscas un recuerdo que llevar a tus amigas, yo me dedico a encontrar la canción más bonita de entre los miles de discos descatalogados del local. Pagamos, andamos y empieza a anochecer.
Me pides con voz seria que no corra tanto, que los tacones los llevas tú. Te entiendo y te invito a un Cosmopolitan mientras picamos trocitos de fruta. Brindamos por ti, por mí y por la Estatua de la Libertad: la vemos al fondo, parece dibujada pero es real.
'Todo parece un jodido sueño', me repito mentalmente. Volvemos al loft llenos de una felicidad que no se puede explicar y te lanzas a la cama con una sonrisa que jamás había visto en ti.
Me siento en el escritorio y, apartando una postal de Coco Chanel, abro mi diario mientras tú ya duermes. Esta vez me sobrará gran parte del papel, sólo necesito dos renglones para escribir eso de: 'Hay muchas manzanas en el árbol, pero yo me quedo con la más grande: Nueva York.' Al final me tumbo a tu lado y soñamos juntos. El olor a 212 en tu cuerpo endulza una noche más la oscuridad.
David Waldorf.