lunes, 21 de septiembre de 2009

xx. Los dos lados .xx

A un lado del mundo Steven dirige una de las empresas más productivas del mundo. En sus manos se esconden más de quince mil millones de dólares, lo que le convierte en uno de los hombres más ricos del mundo. No busca la felicidad y le entra la risa cuando le hablan de contratos temporales y crisis económica. Al otro lado del mundo Karaba cuida en Níger de su pequeña recién nacida, producto de la última violación de uno de los soldados que luchan por el uranio en la zona. No cree en la felicidad, sobrevivir un día más ya es demasiado.

A un lado del hilo telefónico una mujer llora buscando la esperanza en las palabras de una desconocida. En apenas dos semanas perderá a su marido por una leucemia que poco a poco se ha ido apropiando de él hasta robarle el brillo de los ojos del que décadas atrás ella se enamoró. Al otro lado del teléfono una mujer escucha, que significa mucho más que oír, y da esperanzas refugiándose en una baraja de cartas que siempre falsea la realidad. Hace tiempo dejó de creer en su propio futuro; con las miserias de las voces que lloran se hace más fuerte y sigue adelante.

A un lado de la pantalla Areia le jura amor eterno al usuario que le promete un beso real en un tiempo verbal incierto. No valora su belleza ni la calidad de sus virtudes y se refugia en la tecnología, dura y fría como el hielo. Al otro lado de la pantalla un viudo cuarentón se esconde bajo una mentira de pectorales y dientes blancos que le permite sentirse joven, seguro, como más vivo. Se lamenta por perder el tiempo del pasado con tonterías; en ningún momento del futuro se dará cuenta de que nunca dejó de echar a perder el presente obsesionándose con el paso del tiempo: sólo ve futuro y pretérito.

A un lado de la clase Javier presta atención casi sin fuerzas, cansado de ocultar sus sentimientos al mundo. Sus ojeras revelan lo antinatural que resulta luchar contra sí mismo, decir siempre que sí por amor y ser cómplice de un caso de cobardía. Al otro lado de la clase Adrián se va rompiendo poco a poco, retrasando el momento de dar la cara por lo que siente por Javier. Cuando hacen el amor se olvida de toda la mierda de antifaces, popularidad e ignorancia que le rodea. Acaban de cruzar una mirada. Los dos lloran.

A un lado de la mesa María maquilla sus ojos, retoca sus mejillas... y se siente guapa. En unos minutos saldrá a la calle y, aunque él no lo sepa, no volverá jamás. Lleva un vestido rojo, zapatos de tacón y una sonrisa como bandera. Al otro lado de la mesa Gabriel se pone al día ocultando su rostro con el periódico de hoy. Nada nuevo en los titulares: muerte, tornados y chismorreos de política. Sostiene su taza de café y le duelen los nudillos. El último golpe a María fue tan grande que hasta a él le ha dejado marca. Nunca le dejará de doler.

A un lado unos, al otro lado otros. Historias extraordinarias y al mismo tiempo pequeñas por rutinarias. Cada mañana, sin saberlo, te cruzas con cada uno de los personajes que forman parte de esta historia. Los que encuentran el triunfo en el éxito y los que lo hallan en la supervivencia. Los que viven momentos duros y necesarios, los que hieren sin darse cuenta. Los que buscan una caricia en el sitio equivocado y los que están tan perdidos que no saben qué buscar. Los que mienten porque deben, los que mienten porque quieren. Los que dijeron basta y empezaron a vivir desde esta mañana, y los que nunca estarán vivos. Retales de realidad, sombras de vida.

David Waldorf.

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