Las máscaras de carnaval abarrotaban el Palacio Real de la capital. Alice apretaba su mano, a diez metros de distancia de mi presencia, al tiempo que yo no conseguía apartar la mirada de aquel chico que más bien parecía su animal de compañía. Todo el glamour y la lujuria de Roma se reunía aquella noche fusionada con indicios de alcohol y desenfreno.
Las más ilustres parejas de veinteañeros que se podían permitir la entrada a la fiesta más exclusiva de toda Italia bailaban escondidas de sus insignificantes principios bajo antifaces de colores resplandecientes, casi cegadores. La zorra que me acompañó hasta la alfombra roja para aparentar "normalidad" no me cobró demasiado.
Sabía que cuando el gran reloj de cuarzo marcara la medianoche tendría mi oportunidad, por fin. Se apagarían las luces y la oscuridad que inundase el Palacio sería testigo de la pasión. Le apartaría con furia de Alice y sosteniéndole con fuerza de la mano me haría con su voluntad hasta alguna de las dependencias reales del majestuoso edificio. Allí, sin necesidad de palabras insípidas ni excusas baratas le rasgaría el cuerpo descargando mi deseo por cada milímetro perfecto de su piel tersa hasta esclavizar a cada uno de sus sentidos, posesos del placer.
Las más ilustres parejas de veinteañeros que se podían permitir la entrada a la fiesta más exclusiva de toda Italia bailaban escondidas de sus insignificantes principios bajo antifaces de colores resplandecientes, casi cegadores. La zorra que me acompañó hasta la alfombra roja para aparentar "normalidad" no me cobró demasiado.
Sabía que cuando el gran reloj de cuarzo marcara la medianoche tendría mi oportunidad, por fin. Se apagarían las luces y la oscuridad que inundase el Palacio sería testigo de la pasión. Le apartaría con furia de Alice y sosteniéndole con fuerza de la mano me haría con su voluntad hasta alguna de las dependencias reales del majestuoso edificio. Allí, sin necesidad de palabras insípidas ni excusas baratas le rasgaría el cuerpo descargando mi deseo por cada milímetro perfecto de su piel tersa hasta esclavizar a cada uno de sus sentidos, posesos del placer.
Ya ves, cosa de hombres.
No tengo miedo a la pira.
Texto lujurioso...Sí, me gusta.
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