Vivimos en un mundo en el que la música forma parte de la vida de la mayoría de la sociedad a la que pertenecemos. El niño que se enamora por primera vez de la sonrisa de la chica más bonita de la clase se refugia en la canción más empalagosa del último grupo que encabeza la lista de éxitos de la emisora de radio más popular. La señorita que se convierte en señora de, al dar el sí quiero al hombre que empezó amando en silencio, escucha de fondo la canción que sonaba aquella vez que se cruzaron por primera vez. El abuelo que llora a escondidas de los nietos cuando escucha en el tocadiscos el vinilo predilecto del amor que fue y ya no será, aquel que se lo llevó la muerte. Música que, al fin y al cabo, hace estallar emociones produciendo una catarsis de sentimientos que desahoga, hace sentir y equilibra el alma cuando ésta a veces se queda fría, helada.
Conocí a Vega al mismo tiempo que me enamoré por primera vez, y su debut, India, me ayudó a curar las heridas tan amplias que dejó esa inauguración, ese amor que te enseña a sentir como nunca habías imaginado que serías capaz de hacer. Cada una de sus letras era como una nana que me ayudaba a controlar el ritmo acelerado de las pulsaciones de mi corazón que, desbocado, no entendía la lógica de los sentimientos por más que yo le tratara de hacer entender que no podía tener al chico que tanto quería. Lo escuché tantas veces que un día dejó de sonar. Cuando ahora le veo, viejo y melancólico asomándose por algún rincón de mi habitación, sonrío y me acerco a él, regalando un par de caricias a todas esas líneas que callan las veces que su música me ayudó a seguir adelante aceptando las circunstancias. Vega me cantaba cuando ella, su novia, le besaba frente a mí, me cantaba cuando la muerte rondó mi vida por primera vez. Ahí entendí que Vega me cantaría toda la vida, obligándome a gritar cuando me rompiera en pedazos.
Llegó Circular y con su reedición conocí a algunas personas que hoy forman parte de mi vida. Primero llegó Adam, luego lo hizo Sergio. Él no lo sabe, pero bajo la última canción de Cómo girar sin dar la vuelta hay dibujada una S. que me recuerda siempre qué fue lo mejor de conocer a Vega: llegar hasta él. Fue una noche mágica en la que un búho real me permitió cruzar con él una mirada. Días después llegó a mí, y así hasta el día de hoy. Ahora él significa demasiado.
Ha llegado Metamorfosis, con melodías más optimistas que no pierden en ningún momento la esencia de su música. Ella sabe seguir jugando conmigo, haciéndome reír y llorar con una facilidad pasmosa. Logra reconfortarme cuando me siento solo, consigue levantarme cuando me caigo al suelo y me eleva varios metros cuando me siento pleno y lleno de alegría porque todo va bien.
Siempre que me siento perdido recurro a ella, a su música, y nunca me falla: Vega siempre está ahí. Hay ocasiones en las que me tumbo sobre la cama, pulso el play y ella hace el resto con sus letras. De un segundo a otro el cielo gris se vuelve azul turquesa, las lágrimas se convierten en aire que respiro y que me hace vivir, y la negatividad se aleja de mi vida acercándome la ilusión y el optimismo que su música sabe hacerme sentir tan bien.
En los conciertos me escondo y la observo desde la distancia, entre admiración y respeto. Sus palabras describen muy bien lo que muchas veces siento y no sé explicar. Ella es mi musa, y siempre lo será. Es Vega, sin más.
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