Una mañana me apropié de las llaves de Vázquez y salí a hacerme una copia del juego sin que se percatara. Esa noche me planté silencioso en la puerta de su casa, cercana a la sublime Sagrada Familia, diseñada por el gran Gaudí. Los cristales tintados de mi vehículo ocultaban la escopeta que llevaba en el asiento contiguo, tras habérsela sustraído con facilidad a un compañero de trabajo un poco pardillo. A las tres de la mañana, cuando vi todas las ventanas del hogar del jefe apagadas, me decidí a salir del coche con el arma pegada a mi cuerpo. Entré sin hacer ruido alguno y subí a la segunda planta. Me dirigía al dormitorio en el que hasta hace unos días me rompía de placer con Mabel.
Tuve tan mala suerte que los nervios me hicieron chocar contra la mesilla. Un vaso de cristal se estrelló contra el suelo y se rompió en mil añicos. De un segundo a otro el jefe y Mabel se despertaron asustados por el barullo y encendieron la luz. ¿Qué cojones podía hacer? Empecé a tartamudear tanto que parecía el enano tonto del cuento de Blancanieves. Intenté explicarle a Vázquez que me había beneficiado a su mujer durante unas semanas y que si el niño que esperaba era mío quería criarlo con ella, todo esto apuntándole con el arma, por supuesto.
Tuve tan mala suerte que los nervios me hicieron chocar contra la mesilla. Un vaso de cristal se estrelló contra el suelo y se rompió en mil añicos. De un segundo a otro el jefe y Mabel se despertaron asustados por el barullo y encendieron la luz. ¿Qué cojones podía hacer? Empecé a tartamudear tanto que parecía el enano tonto del cuento de Blancanieves. Intenté explicarle a Vázquez que me había beneficiado a su mujer durante unas semanas y que si el niño que esperaba era mío quería criarlo con ella, todo esto apuntándole con el arma, por supuesto.
La cara de Mabel era de chiste, parecía que de un momento a otro iba a desplomarse contra el suelo. El jefe, en cambio, nos miraba como si los ojos se le fuesen a salir de las órbitas en cualquier instante y, si la situación no era lo suficientemente patética lo terminó de arreglar. Lo lógico habría sido que entre el tío que se cuela en tu casa con una escopeta y tu mujer embarazada – que digo yo, que qué culpa tiene el niño – uno se decidiese por ensañarse con el cabrón que se ha estado acostando con ella. Pero no, yo no sé si es que se emocionó o qué al ver el primer vaso roto con el que les había despertado, que decidió coger el que tenía en su mesilla y se lo lanzó a Mabel a la cabeza. Esperaría un aplauso o algo, quién sabe; la escena era de chiste. Mira por dónde, lo que consiguió es que le diera un tiro. Vi caer a Mabel al suelo rodeada de un hilo de sangre y me invadió tal sensación de pánico que di el primer tiro real de toda mi vida. Y le di bien, porque ahora está muerto. Perdón por la risa floja, pero tendríais que haber estado allí, de verdad.
Le di por muerto al primer tiro, pero ya puestos me decidí a darle otros dos. ¿No dicen que a la tercera va la vencida? Uno por Mabel y el lanzamiento de vaso, otro por mi probable hijo, y el tercero por mí, por el simple hecho de haberse casado con la mujer que yo creía amar. Me sentí poderoso. Lo que pasó después ya lo saben. Cogí en mis brazos a Mabel y la llevé al hospital más cercano, el Dos de Mayo. Espero que ella y el niño estén bien; cuando la dejé en manos de los médicos lo siguiente fue venir a este lugar y confesarme autor del asesinato de nuestro jefe.
Nunca he creído en la justicia, sólo en la decadencia de su efectividad. De cualquier forma, prefiero ponerme en vuestras manos y cumplir condena como un señor, asumiendo las consecuencias de mis actos. Otros están muertos por jugar a lanzamiento, seguro que en otra vida se lo piensa dos veces. Hasta aquí mi testificación, no tengo nada más que decir.
David Waldorf.
Humo, una lámpara, un insoector, un detenido y una buena historia. Genial. =D
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