Después de cien pasos y varios pitidos que te han importado poco empiezas a hacerte promesas que te juran un cambio de rumbo si decides cumplirlas: dejarás de intentar ser perfecto siempre, tú eres único tal como te han educado y esculpido desde que llegaste al mundo; será la última vez que darás explicaciones cuando no quieras salir con una persona, cuando quieras irte y los demás no, cuando no quieras beber porque no te da la gana. Tal vez seas distinto al resto y eso te haga especial, desde este momento tienes prohibido sentirte inferior y caer en la espiral del silencio, de lo contrario Noelle-Neumann te abofeteará sin piedad para que des la cara. Vas a defender que amarás cuando lo sientas, que el alcohol te da ganas de vomitar y te parece estúpido, y que para pasar frio dando vueltas prefieres quedarte en casa leyendo un buen libro y escuchando a Connie Fisher. No vas a ocultar que eres egoísta, ellos también lo son, los buenos amigos volverán a ti sin que les llames, les persigas o tengas que soportar una noche entera una música que te da dolor de cabeza.
A los dos mil pasos empiezan a dolerte los pies y te preguntas cuánto te queda para llegar a casa; no sabes que faltan otros tres mil, pero en realidad ha merecido la pena, ahora vas a sonreír no para los demás, sino para ti. Qué importa quién comprenda estas palabras, las entiendes tú y es lo que importa.
David Waldorf.
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