Ocho de la tarde, una taza de café caliente desafiando el frío invernal y una máquina de escribir esperando para reflejar mis sentimientos, mis vivencias, cualquier estupidez que se me pase por la cabeza.
Sin darme cuenta he comenzado a perfilar letras con un objetivo claro, demostrarte lo que siento, comunicarte que el tiempo corre lento desde que me fijé por primera vez en tus ojos, desde que tu aroma marcó la herida que llevo colgada hasta ahora, la de tu amor.
No entiendo, no encuentro fórmula matemática para explicarme cómo ha podido detenerse todo en mi mente para dejar un único pensamiento en ella, el de tu imagen viniendo hacia mí, una y otra vez. Suena a tópico, lo sé, eso de que te digan que estás permanentemente en la cabeza de alguien suena a escena anticuada de película, pero no, es real, juro y perjuro que cada segundo que pasa te paseas con elegancia y perversión por dentro de mi cuerpo. Juraría estar observándote leyendo esta carta, mirando en este espejo en el que no verías ni la milésima parte de lo que siento por ti. Te veo.
Sin darme cuenta he comenzado a perfilar letras con un objetivo claro, demostrarte lo que siento, comunicarte que el tiempo corre lento desde que me fijé por primera vez en tus ojos, desde que tu aroma marcó la herida que llevo colgada hasta ahora, la de tu amor.
No entiendo, no encuentro fórmula matemática para explicarme cómo ha podido detenerse todo en mi mente para dejar un único pensamiento en ella, el de tu imagen viniendo hacia mí, una y otra vez. Suena a tópico, lo sé, eso de que te digan que estás permanentemente en la cabeza de alguien suena a escena anticuada de película, pero no, es real, juro y perjuro que cada segundo que pasa te paseas con elegancia y perversión por dentro de mi cuerpo. Juraría estar observándote leyendo esta carta, mirando en este espejo en el que no verías ni la milésima parte de lo que siento por ti. Te veo.
David Waldorf.
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