Muere lentamente quien camina entre la gente sin mirar y no la puede ver. Muere lentamente quien no sabe aceptar nuevas ideas que no sean las suyas. Muere quien no prueba la pasión, quien no escucha nunca al propio corazón. Quien no sale apenas y no ve llover, quien se deja detener por no querer pensar.
Muere quien no arriesga nada, quien por no meterse en líos nunca ayudará. Muere lentamente quien por miedo a los sentimientos y para escapar no se enamorará. Quien ve de frente un océano y no llega a creer en la eternidad, quien con mil dudas no sabrá escoger, quien ya no sabe vivir con curiosidad.
Búscame, allí estaré entre quien quiere creer, yo podré perder pero lo intentaré.
He decidido empezar una página en blanco. Me he dado cuenta de que el caramelo que daba vueltas golpeándose contra mis muelas ya no sabía a nada y he ido a comprar una bolsa de gominolas de colores. He liberado la luciérnaga que dormitaba en mi tripa y he saltado tres metros en medio del bosque para tragarme un par de mariposas.
He rodado montaña abajo sin parar de reír, gritando que mi generación iba a cambiar el mundo. He roto los pantalones que ya no me valen y los he convertido en siete estrellas que ahora decoran el armario ropero. Me he comido las páginas centrales de mis libros favoritos y he tatuado en mis pupilas las frases más complejas que Shakespeare escribió.
Me han vuelto a pasar diez cosas estúpidas de las que sólo a mí me pasarían. He pensado en mi chico fabuloso de Valencia. He soltado un globo azul mirando al cielo y he decidido que Mayo supone un bonjour definitivo. Me despido de las dudas expulsándolas de mi vida con pompas de jabón. A lo lejos se ve un nuevo horizonte.
Vivimos en un mundo en el que la música forma parte de la vida de la mayoría de la sociedad a la que pertenecemos. El niño que se enamora por primera vez de la sonrisa de la chica más bonita de la clase se refugia en la canción más empalagosa del último grupo que encabeza la lista de éxitos de la emisora de radio más popular. La señorita que se convierte en señora de, al dar el sí quiero al hombre que empezó amando en silencio, escucha de fondo la canción que sonaba aquella vez que se cruzaron por primera vez. El abuelo que llora a escondidas de los nietos cuando escucha en el tocadiscos el vinilo predilecto del amor que fue y ya no será, aquel que se lo llevó la muerte. Música que, al fin y al cabo, hace estallar emociones produciendo una catarsis de sentimientos que desahoga, hace sentir y equilibra el alma cuando ésta a veces se queda fría, helada.
Conocí a Vega al mismo tiempo que me enamoré por primera vez, y su debut, India, me ayudó a curar las heridas tan amplias que dejó esa inauguración, ese amor que te enseña a sentir como nunca habías imaginado que serías capaz de hacer. Cada una de sus letras era como una nana que me ayudaba a controlar el ritmo acelerado de las pulsaciones de mi corazón que, desbocado, no entendía la lógica de los sentimientos por más que yo le tratara de hacer entender que no podía tener al chico que tanto quería. Lo escuché tantas veces que un día dejó de sonar. Cuando ahora le veo, viejo y melancólico asomándose por algún rincón de mi habitación, sonrío y me acerco a él, regalando un par de caricias a todas esas líneas que callan las veces que su música me ayudó a seguir adelante aceptando las circunstancias. Vega me cantaba cuando ella, su novia, le besaba frente a mí, me cantaba cuando la muerte rondó mi vida por primera vez. Ahí entendí que Vega me cantaría toda la vida, obligándome a gritar cuando me rompiera en pedazos.
Llegó Circular y con su reedición conocí a algunas personas que hoy forman parte de mi vida. Primero llegó Adam, luego lo hizo Sergio. Él no lo sabe, pero bajo la última canción de Cómo girar sin dar la vuelta hay dibujada una S. que me recuerda siempre qué fue lo mejor de conocer a Vega: llegar hasta él. Fue una noche mágica en la que un búho real me permitió cruzar con él una mirada. Días después llegó a mí, y así hasta el día de hoy. Ahora él significa demasiado.
Ha llegado Metamorfosis, con melodías más optimistas que no pierden en ningún momento la esencia de su música. Ella sabe seguir jugando conmigo, haciéndome reír y llorar con una facilidad pasmosa. Logra reconfortarme cuando me siento solo, consigue levantarme cuando me caigo al suelo y me eleva varios metros cuando me siento pleno y lleno de alegría porque todo va bien.
Siempre que me siento perdido recurro a ella, a su música, y nunca me falla: Vega siempre está ahí. Hay ocasiones en las que me tumbo sobre la cama, pulso el play y ella hace el resto con sus letras. De un segundo a otro el cielo gris se vuelve azul turquesa, las lágrimas se convierten en aire que respiro y que me hace vivir, y la negatividad se aleja de mi vida acercándome la ilusión y el optimismo que su música sabe hacerme sentir tan bien.
En los conciertos me escondo y la observo desde la distancia, entre admiración y respeto. Sus palabras describen muy bien lo que muchas veces siento y no sé explicar. Ella es mi musa, y siempre lo será. Es Vega, sin más.
Finales de septiembre, Ernesto llega a su piso en Brooklyn, enciende la tele, baja el volumen a cero. Destacan sobre los ruidos de la ciudad los gruñidos roncos del cerdo de la vecina; lo guarda justo debajo de donde él tiene su estudio; a veces oye cómo le susurra al oído. Se sienta a dar los últimos retoques a uno de sus dos proyectos más golosos, la Torre para Suicidas. Esta construcción parte de la idea de que los miles de suicidios que al año se consuman en la ciudad de Nueva York, así como las tentativas frustradas, resultan demasiado dramáticos y engorrosos debido a no disponer la urbe de unas instalaciones adecuadas y debidamente organizadas.
Así, lo dejan todo hecho un asco; sangre en las aceras, ahorcados a los que se les rompe la cuerda y hay que reanimarlos, cuerpos mutilados al paso de los trenes, y todo con el consiguiente perjuicio psicológico para las verdaderas víctimas, los que se quedan, obligados a contemplar semejantes espectáculos. Su torre consta de un ascensor que eleva al suicida desde una plata baja, donde hay servicio de capellán, cafetería, algo de comida rápida, gabinete psicológico a fin de afrontar el trance en las mejores condiciones mentales posibles, espacio para los familiares y enfermería por si el intento resulta frustrado, hasta la altura de un 8º piso. Y ahí si que no hay nada: una sala blanca y vacía, y un hueco para el vuelo picado que da a un patio en el que al impactar el suicida contra el suelo se activan unas mangueras que expulsan agua y lavan tanto al defenestrado como el pavimento. También, justo enfrente de ese 8º piso hay un muro perfectamente blanco para que el candidato no vea horizonte alguno [en encuestas realizadas a suicidas frustrados se ha comprobado que la visión de un horizonte justo antes de tirarse es lo que les imprime renovadas ganas de vivir y abortar la idea].
En los sótanos, se hallan dependencias destinadas a otro tipo de opciones: camas junto a abundantes botes de somníferos, cuartos especiales con sogas colgadas de sus correspondientes vigas, duchas de anhídrido cabrónico, y así. Ernesto está tan orgulloso de su proyecto que piensa enviarlo al Concurso de Arquitectura Compleja que anualmente se celebra en la ciudad de Los Ángeles, California. Huele a pescado. En el horno se quema.
Relato 45 del libro Nocilla Experience, de Agustín Fernández Mallo.
He muerto con este anuncio, qué genialidad. Hoy no toca texto, el niño está cansado de mostrar su alma entrada a entrada en el blog, así que a partir de ahora vamos a dar un giro de tuerca, intentando que la actualización y el contenido de éste no se centre tanto en sentimientos y en mí mismo, sino más bien en todas aquellas cosas que en otro lugar probablemente no encontrarías.
El amor corre hacia el amor, como los escolares huyen de los libros; pero el amor se aleja del amor, como los niños se dirigen a la escuela, con ojos entristecidos.
Eres tan soñador… David- me dice mi otro yo en el espejo mientras se llena la bañera de agua tibia- . No puedes olvidar tu pasado ni dejar de imaginar tu futuro, parece que la cuestión es no ver el presente. Yo le intento explicar que esa tontería de vivir el ahoraes una metáfora más, que no es sino un par de palabras bonitas y un objetivo imposible, como una frase de película barata que intenta quedar bien con dos palabras que ni el que escribe entiende. _______________