Madame Blood pasea por las céntricas calles de un Londres victoriano disfrazada de las más lujosas marcas textiles de toda la ciudad. El mismo camino de todos los días, cincuenta pasos protagonizados por sus tacones blancos, un giro a la derecha y su cabellera luce entre el bullicio de Park Lane. Todo va perfecto, el bolso de piel está en su sitio. Un momento, algo ha pasado. La rutina se rompe. Viento, los árboles se agitan. Los tacones se paran en seco.
Llueve, no es agua. Un poco de aquello que cae del cielo se cuela entre las comisuras rojas de los labios de Madame Blood. Intenso sabor. Llueve sangre humana. Los ángeles se cansaron de presenciar impotentes la ingenua humanidad y decidieron cortarse las venas.
Abre el bolso y saca el espejo. Sonríe a la piel escamada que refleja aquel chisme viejo y se siente orgullosa de aquella imagen gótica que observa. La sangre cae por sus mejillas como si fueran lagrimones. Está perfecta, tan gélida.
Madame Blood sigue caminando; ni la furia celestial parará el ritmo de su perfecto día. Ella mueve los hilos de su vida sin ser espectro de nadie. Hace años que habita Londres en su eterna soledad.
Muy buen blog =D
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