lunes, 30 de marzo de 2009

xx. Pasos .xx

Una noche de febrero ha marcado el final de una etapa. Tras una serie de circunstancias que has vivido y sobre las que has ido reflexionando has decidido marcharte solo de tu círculo, subirte solo al tren y bajarte dos paradas antes. Has andado dos horas por el borde de la carretera con los ojos cerrados y la bufanda negra acariciándote la mejilla, producto del aire lleno de cólera de un invierno que parece interminable. La sensación de inseguridad que experimentas al sentir el paso de los vehículos a dos centímetros de tu cuerpo te excita y sigues una línea trazada en el suelo por la locura de tu furia. Se sienten mejor que tú y a lo mejor eres tú mejor que ellos.

Después de cien pasos y varios pitidos que te han importado poco empiezas a hacerte promesas que te juran un cambio de rumbo si decides cumplirlas: dejarás de intentar ser perfecto siempre, tú eres único tal como te han educado y esculpido desde que llegaste al mundo; será la última vez que darás explicaciones cuando no quieras salir con una persona, cuando quieras irte y los demás no, cuando no quieras beber porque no te da la gana. Tal vez seas distinto al resto y eso te haga especial, desde este momento tienes prohibido sentirte inferior y caer en la espiral del silencio, de lo contrario Noelle-Neumann te abofeteará sin piedad para que des la cara. Vas a defender que amarás cuando lo sientas, que el alcohol te da ganas de vomitar y te parece estúpido, y que para pasar frio dando vueltas prefieres quedarte en casa leyendo un buen libro y escuchando a Connie Fisher. No vas a ocultar que eres egoísta, ellos también lo son, los buenos amigos volverán a ti sin que les llames, les persigas o tengas que soportar una noche entera una música que te da dolor de cabeza.

A los dos mil pasos empiezan a dolerte los pies y te preguntas cuánto te queda para llegar a casa; no sabes que faltan otros tres mil, pero en realidad ha merecido la pena, ahora vas a sonreír no para los demás, sino para ti. Qué importa quién comprenda estas palabras, las entiendes tú y es lo que importa.
David Waldorf.

jueves, 26 de marzo de 2009

xx. El marketing político .xx

Un mensaje de texto inesperado recibido en el teléfono móvil, una invitación en una red social que te incita a agregar entre tus amigos al partido o un vídeo con una campaña que logra emocionarte y que culmina animándote a votarles, son algunas de las estrategias políticas más novedosas – y quizá más influyentes – de cara a las nuevas generaciones.

Partiendo de la idea de que el ciudadano conoce las ideas de una formación política a través de las frases claves que el líder de ésta nos deja escuchar en el informativo de cualquier cadena de televisión o de las palabras que ofrece en una extensa entrevista en nuestro periódico favorito, podríamos atrevernos a afirmar sin temor a errar que el papel de los medios de comunicación a la hora de las elecciones en las campañas electorales es, más que básico, decisivo.

El pasado martes 17 de marzo el ex asesor del Presidente Bill Clinton, profesor de marketing de la universidad DePaul de Chicago y Director de la Revista ‘Journal of Political Marketing’, Brian Newman, visitó el campus de Fuenlabrada de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, donde analizó las claves de la victoria del primer presidente del gobierno afroamericano de Estados Unidos, Barack Obama. El profesor se centró en la influencia del marketing político en la decisión del voto de los ciudadanos.

Según Newman, la estrategia del presidente electo fue la de imponerse como un ‘organizador de la comunidad’, haciendo uso de los medios de comunicación mediante la emisión de anuncios televisivos, la aparición de diferentes logos de su partido, la difusión del ya mítico ‘Yes, we can’ y la cercanía a todos las personas, sobre todo a los ancianos y a los jóvenes. El uso de la emoción fue una de las claves de la pasada campaña presidencial, recurso con el que los ciudadanos conseguían sentirse más cerca al líder, empatizando con él, describiéndole como un héroe salvador.

Obama, que ya se situaba favorito en las encuestas antes de que las primarias dieran comienzo, ha sabido ganarse a los estadounidenses con promesas de cambio, esperanza y optimismo, que no son sino mensajes directos, sólidos y positivos que los medios de comunicación han sabido hacer llegar a los electores, segundo tras segundo, influyendo muy probablemente en muchos de los votantes indecisos, reforzando asimismo las ideas de los votantes que tenían claro el depósito de su confianza en el Partido Demócrata el último 4 de noviembre. El don de palabra, la inteligencia y la conexión con los jóvenes a través de las nuevas tecnologías también han sido influyentes en su elección como presidente.

Podemos decir, por tanto, que la ‘publicidad’ que ofrecen los distintos medios de comunicación de cara a unas elecciones es de suma importancia, y una herramienta poderosa con la que una formación puede vencer o fracasar en su camino hacia la victoria final. Una de las últimas claves que el profesor Newman destacó en su charla sobre marketing político fue la atracción de votos que provoca en una campaña la utilización de líderes de opinión adorados por la sociedad.
David Waldorf.

jueves, 19 de marzo de 2009

xx. Ciao .xx

A veces siento que caigo y nadie me puede levantar. Son ocasiones en las que nadie me ve y, entre bastidores, destrozo en miles de hilos mi disfraz mientras el antifaz se deshace mojado, húmedo por mis lágrimas. Son momentos en los que un olor a desorientación cubre mis alas hiriendo mi camino sin que pueda avanzar ni un solo paso. De un segundo a otro mis pulmones se llenan de ansiedad hasta que me obligo a pararme en seco e intento volver a respirar con normalidad. Me doy cuenta de que mi jugada sigue siendo errónea, nunca he llegado a ganar. La magia de la vida se desvanece y entiendo que estoy solo. Está bien, me veo rodeado de gente, pero tú no estás. Tú, por el que tanto estoy esperando, ese ser que deshaga mi existencia en miles de mariposas de papel charol con sólo una sonrisa. Tú, el que justifique las negativas a todos los chicos que podrían ser pero no son. Tú, tan diferente, el que tenga que tirarse horas pensando un simple defecto mío por todo lo que signifique para él.

A veces siento que me puede la impaciencia y tras la función golpeo mi puño contra un rincón hasta que me arden los nudillos y voy dejando que mi cuerpo vaya cayendo al suelo con lentitud, deshecho por tu ausencia injustificada. Me desplomo metros bajo tierra y, húmedo de sudor frío, me cuestiono el porqué de esta larga espera, ¿dónde estás? Dónde está aquel que siguiendo el rastro de todas estas lágrimas llegue a mí y con el simple roce de sus labios detenga la partitura del reloj y me haga navegar sin mapas. En aquel beso estarán muchos años de búsqueda. Ya nada es suficiente, tampoco los consejos: las palabras más bellas carecen de significado cuando el que las escucha se está desangrando.

Intento defender mi filosofía y me engaño al intentar correr kilómetros en una cinta de gimnasio que no me lleva a ninguna parte. Cada día me cuesta un poco más sonreír, amanecer, caminar y vivir. Nací para alimentarme de una energía llamada amor y cada vez me noto más apagado. Aparece de una vez, me voy quedando sin aire. Cada vez falta menos para que me marche, el oxígeno se va alejando y mi garganta está seca. Intenté amar y me fulminaron, y ahora, ahora que pasa el tiempo y la imagen de tu mano entrecruzada con la mía es cada vez más lejana comienzo a rendirme.

Pasé mucho tiempo corriendo sin frenos en un campo interminable de flores de colores, esperando que de un momento a otro tú me pusieras la zancadilla consiguiendo que me precipitara sobre tu cuerpo y el puzzle se completase. Te miraría a los ojos durante un par de segundos y empezaría a llover. El agua de lluvia aliviaría la ansiedad de aquellas flores y mojaría nuestros cuerpos. Rodaríamos y yo sería feliz. Pero todo fueron ilusiones, notas de un vinilo que ningún romántico llegó a escuchar jamás. Intentan cambiar los cristales de mis gafas, y yo ya no sé qué hacer.

Ahora es cuando expiro y se cierra el telón.
David Waldorf.

sábado, 14 de marzo de 2009

xx. Humareda .xx

Era amor puro por más que me todavía me miren con incredulidad al mezclar esas dos palabras con tu nombre: yo sé que lo era, que habría entregado mi vida si peligrase la tuya. Sé que te habría seguido al fin del mundo y que al primer sonido de tu voz me estremecía sintiendo un escalofrío que agitaba todo mi cuerpo. Éramos fuego y al final la lluvia nos convirtió en humareda.

No sé cómo pasó, fue culpa de los dos. Tu miedo y mis temores sabotearon nuestra historia y hoy me sorprendo con las mejillas mojadas, preguntándome dónde estarás, cuestionándome qué es lo que hicimos mal.

En el espejo mi reflejo se burla de mí y cuando le pregunto si algún día volveré a sentirme como cuando estaba contigo se pone serio. Clava sus ojos en los míos, me tiende la mano izquierda atravesando el cristal para acariciarme y al final me sonríe. Mi reflejo se llama esperanza y mi biblia ilusión. No sé si hoy te encuentras lejos, pero tu recuerdo perdura en mi memoria como un edificio viejo en una ciudad en la que pronto volverá a salir el sol.
David Waldorf.

miércoles, 11 de marzo de 2009

xx. Café .xx

Ocho de la tarde, una taza de café caliente desafiando el frío invernal y una máquina de escribir esperando para reflejar mis sentimientos, mis vivencias, cualquier estupidez que se me pase por la cabeza.

Sin darme cuenta he comenzado a perfilar letras con un objetivo claro, demostrarte lo que siento, comunicarte que el tiempo corre lento desde que me fijé por primera vez en tus ojos, desde que tu aroma marcó la herida que llevo colgada hasta ahora, la de tu amor.

No entiendo, no encuentro fórmula matemática para explicarme cómo ha podido detenerse todo en mi mente para dejar un único pensamiento en ella, el de tu imagen viniendo hacia mí, una y otra vez. Suena a tópico, lo sé, eso de que te digan que estás permanentemente en la cabeza de alguien suena a escena anticuada de película, pero no, es real, juro y perjuro que cada segundo que pasa te paseas con elegancia y perversión por dentro de mi cuerpo. Juraría estar observándote leyendo esta carta, mirando en este espejo en el que no verías ni la milésima parte de lo que siento por ti. Te veo.
David Waldorf.

lunes, 9 de marzo de 2009

xx. A ciegas .xx


Siento una caricia al despertar, una llama blanca en mi oscuridad, no sé qué duele más...si vivir el mundo sin ningún sentir o amar a la mentira que te hacía feliz; tu recuerdo sigue aquí. Encontrar maquillaje en la verdad, una duda sin final. No quiero más, la falsedad de tu mirar es lo que te impide amar. Hoy empiezo a volar. Llueven mis sueños sobre realidad, llueve el pasado de lo que será. Desear tocar el mar, sentir sin más, leerte en braile hasta el final, rebobinar el tiempo atrás, mirar sin ver que en verdad ya no estás. Marcho hacia delante sin palpar esta herida abierta que me hacía gritar, que ahogaba al suspirar. Risa, vida, calma en mi soledad. En mis ojos negros no hay lágrimas, sólo hay tranquilidad. Seducir los minutos del reloj, cada instante, cada emoción. Ya no hay gris, duele extrañarte así. Llueven mis sueños sobre realidad, llueve el pasado de lo que será. Desear tocar el mar, sentir sin más, leerte en braile hasta el final, rebobinar el tiempo atrás, mirar sin ver que en verdad ya no estás.


miércoles, 4 de marzo de 2009

xx. Aproximación .xx

Llevo unos días preparando a fuego lento un relato especial. Digo especial porque hasta dentro de un largo periodo de tiempo será el último relato corto que escribiré, y porque quiero que cada uno de los párrafos escritos en él hagan sentir algo especial a todo el que lo lea. Digo especial porque en muchas de las palabras que voy escribiendo en él se esconden secretos convertidos en letras que quieren conseguir transformar mi alma en varias páginas escritas de las que pueda aprender algo al releer. Va a fuego lento, muy despacio, y me está gustando. La imagen que se muestra en esta entrada tiene mucho que ver y, en cuanto a lo que ya está escrito, aquí os dejo un pequeño adelanto:


En esta residencia de mala muerte raro es el día en el que no tengas que saludar a los dos médicos calvos que cada vez que aparecen lo hacen para llevarse el cuerpo inerte de alguno de los abuelos que conviven contigo. Siempre que los veo pienso que antes o después vendrán a llevarme a mí también, y me muerdo el labio para que ninguna de las chicas que nos cuidan me vea llorar. Cuando les preguntas quién ha sido esta vez, se hacen las tontas e intentan cambiarte de tema; aquí nadie quiere conjugar en pasado los verbos de los que ya no están.









David Waldorf.

lunes, 2 de marzo de 2009

xx. Oruga .xx

Recuerdo que leía las primeras páginas de A tres metros sobre el cielo de Federico Moccia. La idea de leer una bonita historia de amor mientras el tren corría hacia la universidad me borraba de la cabeza el miedo que tenía al primer día de clase. Dejar Galicia para venir a estudiar a Madrid había sido difícil. El olor de mi origen, los lugares por los que paseaba y mi abuela anciana se quedaron allí, refugiados en verbos que conjugo en pasado.

Nunca he sido una chica independiente, cuando cursaba los últimos años de instituto en mi ciudad, Orense, repartía mi tiempo libre entre la lectura y la pintura. Jamás he tenido una familia de verdad, desde que tengo uso de razón me recuerdo en brazos de mi abuela, la única persona de mi sangre que he conocido en mis veinte años de edad. Tampoco he viajado, tal vez por eso esta ciudad se me hace demasiado grande.

Llegué a la capital hace dos semanas, tras conseguir en la selectividad una de las notas más altas de toda Galicia. Gracias a una beca he conseguido estar en este lugar, con el objetivo de cursar la carrera de Comunicación Audiovisual. No me hacía especial ilusión dejar mi ciudad pero, según la mayoría de mis profesores, venirme a Madrid era la opción más acertada que podía tomar si quería ser alguien, algún día, en el mundo de las cámaras y los guiones.

Intento no pensar mucho en la abuela porque si lo hago se humedecen mis ojos en milésimas de segundos. Ella ha sido todo lo que yo he entendido como familia y ahora estoy sola en esta gran ciudad. Cuando era pequeña me contaba un cuento cada noche que yo releía cuando amanecía, antes de tomar el desayuno para ir al colegio. Aunque los ochenta años empiezan a pesarle y su memoria a veces le falla, una sola de sus miradas sigue devolviéndome la calma como hacía años conseguía al hablarme de príncipes y dragones. Ya no hay ni cuentos ni miradas, sólo un libro de Moccia, una mochila mojada y un tren que tomar todas las mañanas.

En el tren hay algo más, un momento. Con lentitud bajo el libro que cubre mi cara y le encuentro frente a mí. Un chico de mi edad, con vaqueros ajustados y un flequillo de varios centímetros que ocultan los auriculares que dejan escapar varias notas que llegan hasta mis oídos. Sus facciones son fuertes, y cuando por descuido me mira a los ojos siento lo mismo que la vez que casi me ahogo en la piscina municipal sin que nadie se percatara de mi presencia, pero esta vez alguien me ve: ÉL.

Vuelve a bajar la mirada al cuaderno que sostiene sobre las rodillas, con una pequeña sonrisa que le hace parecer un niño… y de pronto mi fantasía se pone en marcha. Me imagino con el chico del flequillo en una casa grande llena de ventanas y flores de todos los países del mundo. Veo dos niños, ambos varones: los llamaríamos como él quisiera. Formaríamos una familia que celebraría todos los años la navidad, y él me haría el amor todas las madrugadas, cada vez de forma distinta. Se casaría conmigo, viajaríamos con frecuencia y me repetiría todas las mañanas lo mucho que me quiere y lo necesaria que soy para él. Siento que mi corazón late cada vez más rápido recordándome que apenas quedan dos paradas.

Junto a él me convertiría de oruga a mariposa y cada sábado me pintaría los labios rojos, muy rojos, para dejarle marcado y que se enfadase conmigo. Llegaría a ser una octogenaria como la abuela, pero no estaría sola. No lloraría a escondidas como ella, ni me refugiaría en la soledad como hasta ahora, y amaría a alguien por primera vez. Me conocería, se enamoraría de mí, saldríamos juntos y se casaría conmigo. En los momentos felices dibujaríamos arcoíris con nuestras sonrisas, y en los malos me comería sus lágrimas. Ya no volvería a sentirme sola en esta gran ciudad: él sería mi familia, el abrazo intenso que me rodease sin que yo tuviese que pedirlo. Él me dará la mano en la última estación.



David Waldorf.